sábado, 15 de enero de 2011

Capítulo 2.

Un montón de preguntas volvían a surgir en mis adentros.
¿Tenía padres? ¿Hermanos? ¿Tenía familia siquiera?
Quizás estaba sola. O quizás esos a los que nombró Matthew anteriormente querían algo de mí, al parecer ellos me hicieron esa extraña y dolorosa herida.
Me bajé la camiseta y me tumbé boca arriba en la cama con las manos sobre mi abdomen.
Cerré lentamente mis ojos y, finalmente, el dolor me abatió y me dormí.
Pesadillas.
Esas horribles imágenes que te hacen llorar, sudar y sufrir.
Veía a una chica de pelo negro y largo corriendo de espaldas, y a tres sujetos persiguiéndola rápidamente, eran extremada y anormalmente ágiles, ya que se sujetaban a los árboles y saltaban sobre ellos.
Uno de esos personajes sujeto a la chica por los brazos tan fuerte que ella emitió un grito de dolor y se tiró al suelo para quedar de rodillas, mientras que los otros dos le inyectaban una especie de líquido malva en el cuerpo con una jeringuilla que le clavaron bruscamente en el cuello.
La chica, asustada y cansada se durmió en el suelo, y los tres sujetos desaparecieron en la nada.
Me desperté entre sudor y lágrimas, al girarme me sobresalté al ver a Matthew sentado a mi lado observándome detenida y preocupadamente.

-¿Quieres que te lo explique? –preguntó mirando mis manos llenas de sudor frío.

-¿Explicarme qué? –dije yo mirándole confusa.

-Todo –concluyó.

-Como quieras –sugerí cerrando lentamente mis ojos.

-Hace dos días, te encontré en el bosque del Norte tirada en el suelo, te traje aquí y te curé esa herida –comenzó a explicar –verás todo es muy complicado, puesto que seguro que has pensado de todos menos la verdad –continuó acercándose más a mí –esos tipos eran peligrosos, pero te perseguían por tu familia, y…por tu sangre –en ese momento abrí los ojos como platos.

-¿Mi familia? ¿Mi sangre? –pregunté preocupada y confusa.

-Tu madre, Janice, ¿la recuerdas? –preguntó.

-Mi madre…-susurré volviendo a cerrar los ojos y una serie de recuerdos azotó mi mente bruscamente –sí, sí la recuerdo –contesté finalmente abriendo los ojos.

-Tu madre es…bueno…era ninfa –dijo.

“¿¡Mi madre!? ¡Tú estas loco!” quería gritarle, pero no podía no tenía fuerzas, ¿qué me estaba contando ese tipejo?
Sólo pude guardar silencio, y el continuó su explicación.

-¿Nunca te has preguntado por qué tienes ese tono de color azul en los ojos? Porque nadie lo tiene, sólo las ninfas –explicó llevándose las manos a los bolsillos.

-¡No soy nada de eso y mi madre tampoco!...-pude gritar a regañadientes, no tenía energía suficiente –y ¿por qué dices “era? –pregunté con la rabia apareciendo en mis ojos.

-Esos tipos la…asesinaron –dijo bajando la mirada.

-Mentira...-susurré –eso es mentira, no me mientas –me negué llevándome las manos a la cara.

-Lo siento…-susurró él acercándose a mí para abrazarme.


¿Cómo podía ser tan frío pero tierno a la vez?
Bueno eso no me importaba.
Habían matado a mi madre, y posiblemente a mi padre y a mis hermanos, de los que ya me había acordado.
Mi madre, Janice, era perfecta, un ángel, mi padre Roger era el mejor padre que toda niña quisiera tener y mi hermana pequeña Ruth, mi pequeña rizos de oro…
No pude evitar dejar caer lágrimas de nostalgia y dolor mientras Matthew me tenía apoyada contra su duro pecho, realmente parecía una roca.


-Pero…y entonces…tú… ¿qué eres? –pregunté mirándole nerviosa.

Se separó de mí, aunque no mucho, y me miró fríamente a los ojos.

-Un mestizo, mi padre era vampiro y mi madre bruja –explicó –soy fruto de un amor imposible –dijo soltando una carcajada, la primera vez que le oía reír, tenía una risa realmente embaucadora –además tengo sangre de licántropo, mi tatarabuelo lo era –continuó mirándome, esta vez, con más ternura.

-A eso se debe tu aspecto fúnebre, pero risueño ¿cierto? –dije sonriendo, aunque seguía un poco dolorida.

-Supongo, ahora debo irme o Stephanie se enfadará –se despidió con la mano y salió por la puerta.

No sé por qué pero lo notaba más cercano a mí, era una gran persona.
Pero yo seguía aturdida por lo que había pasado.
Entonces yo…era una ninfa…
¿Pero como podría comprobarlo? ¿Y si Matthew me estaba mintiendo? ¿Y si todo esto era un sueño?
Entonces, ¿eso quería decir, que mi pesadilla de antes era, en realidad, un recuerdo, que esos tres hombres existían?
Estaba exageradamente confundida, y necesitaba respuestas.
Decidí, a regañadientes, salir a explorar el lugar en el que me encontraba ya que no sabía ni donde estaba.
Me levanté con cuidado para que esa dichosa herida no me molestara más de lo que lo estaba haciendo.

Capítulo 1.

Abrí lentamente mis ojos, no veía nada, sólo un poco de luz difusa colándose en mis pupilas, sentía un fuerte dolor en mis costillas por lo que no pude estremecerme y terminar de abrir los ojos ante ese punzante dolor.
Al abrirlos del todo, comprobé que estaba en una habitación desconocida para mí, de paredes grises y tan sólo una pequeña ventana que iluminaba escasamente la habitación.
No tenía ni idea de donde me encontraba, ni de por qué sentía ese dolor en mis costillas.
Hice ademán de levantarme pero el dolor no me lo permitía así que volví a tenderme sobre esa incómoda cama de sábanas blancas.
Oí abrir la puerta de madera de la habitación, emitía uno de esos siniestros crujidos que hacen que un escalofrío recorra tu cuerpo.
Giré mi rostro para intentar saber quien entró, pero seguía viendo un poco borroso.
El contorno de una persona delgada, con figura de hombre se iba acercando lentamente a la cama.

 -Sé que estás despierta –Musitó sentándose a mi lado –he venido para decirte que ya estás a salvo –Comentó mientras retiraba un cabello que yacía sobre mi frente, tenía las manos tan frías.

Intenté con todas mis fuerzas hablar, pero no pude, no tenía fuerza, me sentía tan débil, adormecida y dolorida…

 -No te acuerdas de lo que sucedió hace dos días ¿verdad? –Preguntó, a lo que yo contesté negando débilmente con mi cabeza –Lo suponía, ellos te hicieron mucho daño, pero creo que ahora mismo no te acuerdas ni de quién eres.

Suspiré y con sumo cuidado me incorporé y, aunque muy dolorida, pude decir varias palabras.

 -Mira, no sé ni quién eres tú, ni quiénes son esos a los que te refieres, y tienes razón, no tengo ni idea de quién soy, ni de dónde estoy –Dije frunciendo el ceño –Pero lo que si sé es que tengo las costillas rotas y quiero salir de aquí –Proseguí admirando la belleza del rostro de aquel chico.

Realmente era atractivo, aunque el color de sus ojos era algo sobrenatural, el color violeta claro le hacía una mirada fría, nunca había visto unos ojos como esos, tan fríos pero tan desmesuradamente expresivos a la vez.

-Es cierto no sabes quién soy… -se limitó a responder pensativo –me llamo Matthew Williams –se presentó teniéndome la mano.

-Yo me llamo eh…-dije dudosa, no recordaba mi nombre.

-Gwendolyn Alexandra Spencer –respondió él seguro de lo que decía.

-¿Cómo lo sabes?

-No puedo decírtelo, y ahora debo irme, pero vendré por la tarde –se despidió saliendo rápidamente por la puerta.

Gwendolyn Alexandra Spencer…Me gustaba mi nombre, y el de ese chico.
La verdad, había algo en él que hacía que me sintiese a gusto, era algo extraño.
Su mirada era especial, indescriptible, aunque podía destacar dos aspectos de ella, la frialdad y la expresividad, era algo muy extraño.
Su piel no era de un color normal, sino grisácea y apagada, bajo sus ojos habían dos ojeras un tanto moradas que les daba un aspecto fúnebre a su perfecto rostro.

Me pasé toda la mañana intentando recordar quién era yo, pero no conseguí nada de nada.

La habitación era muy fría y siniestra, no me gustaba estar allí encerrada.
¿Y si esa casa era de unos ladrones o de unos asesinos? Estaba asustada.
Aunque Matthew me transmitiese serenidad, no podía evitar pensar eso.
Deseaba que llegase la tarde para volver a verlo, me sentía sola.
Pero de repente, se volvió a abrir la puerta, pero esta vez no era Matthew…era una chica rubia, alta y muy delgada, con las mismas características que Matthew, pero ella no me transmitía esa serenidad, parecía estar enfadada.
Se quedó enfrente mía con las manos apoyadas en la parte trasera de la cama y examinando mi rostro.

-Con que tú eres Gwendolyn, ¿cierto? –Preguntó mirándome directamente a los ojos con rabia.

-Sí, eso creo –contesté dudosa y con un poco de miedo, su mirada era aún más fría y escalofriante que la de Matthew.
Entonces se acercó al lado de la cama para mirarme más de cerca.

-Me llamo Stephanie Hart, y soy la novia de Matthew –comentó con una malévola sonrisa.

-Ah, encantada –dije intentando esbozar una sonrisa con la poca fuerza que poseía en aquel momento.

Ella se dio la vuelta y se fue sin decir nada.
¿Por qué me dijo eso? Parecía una advertencia.
Y otra vez me quedé a solas con mis pensamientos.
Me levanté sintiendo el dolor de mis costillas dentro, era como si le clavasen puñales a los laterales de mi cuerpo.
Me dirigí hasta un pequeñísimo espejo cuadrado que había en la habitación.
No recordaba la cara que se reflejaba en él, pero estaba segurísima de que era la mía.
Tenía el pelo largo, negro y con rizos poco definidos cayendo en cascada en las puntas de mi pelo, ojos azules como el agua limpia del mar y muy grandes, y la piel pálida, del color de la nieve.
Me gustaba lo que veía, la verdad, no estaba nada mal.
Entonces oí abrir, de nuevo, la puerta de la habitación y de un doloroso salto me incorporé en la cama de nuevo.
Era Matthew, ¿ya era por la tarde?

-Buenas tardes –saludó con una expresión difícil de explicar.

-Buenas tardes Matthew –le saludé con una pequeña sonrisa.

-Vengo a revisarte la venda que llevas en el abdomen, así que ponte en pié, por favor –dijo llevándose las manos a los bolsillos.

Obedecí y me puse en mi pié, subí un poco la camiseta que llevaba y, en efecto, una venda rodeaba mi abdomen.
Él se arrodilló y comenzó a desliar la venda, a medida que lo hacía, sus frías manos me provocaban escalofríos por todo el cuerpo.
Al terminar de quitar la venda vi que una gran herida negruzca y morada atravesaba mis costillas.
Era una herida extraña, pero dolía demasiado como para ponerme a examinarla siquiera con la mirada.
Él empezó a rozarla cuidadosamente con los dedos, y eso hizo que me doliera aún más y que una pequeña lágrima naciera en mi ojo derecho.

-Sé que te duele, pero tengo que examinarla para poder curártela Gwendolyn –dijo sin dejar de mirar la herida.

-Lo sé, pero es muy doloroso –comenté secándome la lágrima.

Él no dijo nada.
Cuando terminó me colocó una nueva y limpia venda y se volvió a ir.
Llegué a la conclusión de que todo lo que estaba sucediendo era realmente extraño.