sábado, 15 de enero de 2011

Capítulo 1.

Abrí lentamente mis ojos, no veía nada, sólo un poco de luz difusa colándose en mis pupilas, sentía un fuerte dolor en mis costillas por lo que no pude estremecerme y terminar de abrir los ojos ante ese punzante dolor.
Al abrirlos del todo, comprobé que estaba en una habitación desconocida para mí, de paredes grises y tan sólo una pequeña ventana que iluminaba escasamente la habitación.
No tenía ni idea de donde me encontraba, ni de por qué sentía ese dolor en mis costillas.
Hice ademán de levantarme pero el dolor no me lo permitía así que volví a tenderme sobre esa incómoda cama de sábanas blancas.
Oí abrir la puerta de madera de la habitación, emitía uno de esos siniestros crujidos que hacen que un escalofrío recorra tu cuerpo.
Giré mi rostro para intentar saber quien entró, pero seguía viendo un poco borroso.
El contorno de una persona delgada, con figura de hombre se iba acercando lentamente a la cama.

 -Sé que estás despierta –Musitó sentándose a mi lado –he venido para decirte que ya estás a salvo –Comentó mientras retiraba un cabello que yacía sobre mi frente, tenía las manos tan frías.

Intenté con todas mis fuerzas hablar, pero no pude, no tenía fuerza, me sentía tan débil, adormecida y dolorida…

 -No te acuerdas de lo que sucedió hace dos días ¿verdad? –Preguntó, a lo que yo contesté negando débilmente con mi cabeza –Lo suponía, ellos te hicieron mucho daño, pero creo que ahora mismo no te acuerdas ni de quién eres.

Suspiré y con sumo cuidado me incorporé y, aunque muy dolorida, pude decir varias palabras.

 -Mira, no sé ni quién eres tú, ni quiénes son esos a los que te refieres, y tienes razón, no tengo ni idea de quién soy, ni de dónde estoy –Dije frunciendo el ceño –Pero lo que si sé es que tengo las costillas rotas y quiero salir de aquí –Proseguí admirando la belleza del rostro de aquel chico.

Realmente era atractivo, aunque el color de sus ojos era algo sobrenatural, el color violeta claro le hacía una mirada fría, nunca había visto unos ojos como esos, tan fríos pero tan desmesuradamente expresivos a la vez.

-Es cierto no sabes quién soy… -se limitó a responder pensativo –me llamo Matthew Williams –se presentó teniéndome la mano.

-Yo me llamo eh…-dije dudosa, no recordaba mi nombre.

-Gwendolyn Alexandra Spencer –respondió él seguro de lo que decía.

-¿Cómo lo sabes?

-No puedo decírtelo, y ahora debo irme, pero vendré por la tarde –se despidió saliendo rápidamente por la puerta.

Gwendolyn Alexandra Spencer…Me gustaba mi nombre, y el de ese chico.
La verdad, había algo en él que hacía que me sintiese a gusto, era algo extraño.
Su mirada era especial, indescriptible, aunque podía destacar dos aspectos de ella, la frialdad y la expresividad, era algo muy extraño.
Su piel no era de un color normal, sino grisácea y apagada, bajo sus ojos habían dos ojeras un tanto moradas que les daba un aspecto fúnebre a su perfecto rostro.

Me pasé toda la mañana intentando recordar quién era yo, pero no conseguí nada de nada.

La habitación era muy fría y siniestra, no me gustaba estar allí encerrada.
¿Y si esa casa era de unos ladrones o de unos asesinos? Estaba asustada.
Aunque Matthew me transmitiese serenidad, no podía evitar pensar eso.
Deseaba que llegase la tarde para volver a verlo, me sentía sola.
Pero de repente, se volvió a abrir la puerta, pero esta vez no era Matthew…era una chica rubia, alta y muy delgada, con las mismas características que Matthew, pero ella no me transmitía esa serenidad, parecía estar enfadada.
Se quedó enfrente mía con las manos apoyadas en la parte trasera de la cama y examinando mi rostro.

-Con que tú eres Gwendolyn, ¿cierto? –Preguntó mirándome directamente a los ojos con rabia.

-Sí, eso creo –contesté dudosa y con un poco de miedo, su mirada era aún más fría y escalofriante que la de Matthew.
Entonces se acercó al lado de la cama para mirarme más de cerca.

-Me llamo Stephanie Hart, y soy la novia de Matthew –comentó con una malévola sonrisa.

-Ah, encantada –dije intentando esbozar una sonrisa con la poca fuerza que poseía en aquel momento.

Ella se dio la vuelta y se fue sin decir nada.
¿Por qué me dijo eso? Parecía una advertencia.
Y otra vez me quedé a solas con mis pensamientos.
Me levanté sintiendo el dolor de mis costillas dentro, era como si le clavasen puñales a los laterales de mi cuerpo.
Me dirigí hasta un pequeñísimo espejo cuadrado que había en la habitación.
No recordaba la cara que se reflejaba en él, pero estaba segurísima de que era la mía.
Tenía el pelo largo, negro y con rizos poco definidos cayendo en cascada en las puntas de mi pelo, ojos azules como el agua limpia del mar y muy grandes, y la piel pálida, del color de la nieve.
Me gustaba lo que veía, la verdad, no estaba nada mal.
Entonces oí abrir, de nuevo, la puerta de la habitación y de un doloroso salto me incorporé en la cama de nuevo.
Era Matthew, ¿ya era por la tarde?

-Buenas tardes –saludó con una expresión difícil de explicar.

-Buenas tardes Matthew –le saludé con una pequeña sonrisa.

-Vengo a revisarte la venda que llevas en el abdomen, así que ponte en pié, por favor –dijo llevándose las manos a los bolsillos.

Obedecí y me puse en mi pié, subí un poco la camiseta que llevaba y, en efecto, una venda rodeaba mi abdomen.
Él se arrodilló y comenzó a desliar la venda, a medida que lo hacía, sus frías manos me provocaban escalofríos por todo el cuerpo.
Al terminar de quitar la venda vi que una gran herida negruzca y morada atravesaba mis costillas.
Era una herida extraña, pero dolía demasiado como para ponerme a examinarla siquiera con la mirada.
Él empezó a rozarla cuidadosamente con los dedos, y eso hizo que me doliera aún más y que una pequeña lágrima naciera en mi ojo derecho.

-Sé que te duele, pero tengo que examinarla para poder curártela Gwendolyn –dijo sin dejar de mirar la herida.

-Lo sé, pero es muy doloroso –comenté secándome la lágrima.

Él no dijo nada.
Cuando terminó me colocó una nueva y limpia venda y se volvió a ir.
Llegué a la conclusión de que todo lo que estaba sucediendo era realmente extraño.

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